Uno de los males que tenemos actualmente en nuestras ciudades son las pintadas. Gente que se dedica a ensuciar las fachadas o el mobiliario público en el mejor de los casos, pasando en casos extremos a pintar sobre determinados monumentos, sin mostrar un ápice de respeto ni remordimiento por la agresión que cometen. El caso más simple de estas pintadas lo constituye la “firma”, esta no tiene otra intención que dejar constancia de la presencia de su autor en ese lugar. De la “firma” pasamos a las “citas” propias o ajenas, con las que se pretende manifestar algo públicamente en un lugar en el que nadie autorizó tal manifestación, por lo que se suelen realizan de forma anónima.
Las pintadas carecen de valor artístico alguno, son tan solo un reflejo de la falta de civismo y educación de determinadas personas.
Otra cosa diferente son los graffitis y las pinturas murales. Ambos tienen ya un cierto valor artístico que depende directamente de la capacidad del autor. La diferencia fundamental entre los graffitis y las pinturas murales es la “legalidad” de cada uno de ellos, mientras que el graffiti - generalmente - es ilegal y suele realizarse en plena noche, firmándolo con un alias no reconocible salvo para los graffiteros, las pinturas murales son legales (decoraciones de negocios por ejemplo), se realizan a plena luz del día y en muchos casos están firmadas directamente con el nombre del autor.
No estoy en contra ni de los graffitis siempre que se realicen “legalmente” y en lugares apropiados, es decir, siempre que no constituyan un acto de vandalismo, una agresión contra la ciudad.